sábado, 3 de marzo de 2012

Democracia de salón (2ª parte): Influencia, manipulación e igualdad democrática


"Todos los hombres nacen iguales, pero es la última vez que lo son." 

Abraham Lincoln

Observamos incrédulos y no pocas veces decepcionados, que nuestro sistema democrático, lejos de alcanzar las cuotas de igualdad idóneas para el desarrollo de sus ciudadanos, se aleja notablemente de su objetivo por factores y actores diversos que irrumpen en el ámbito de la política con objetivos que nada tienen que ver con el objetivo común. No se trata de una carencia de fundamentos o motivaciones –una inmensa mayoría de individuos sabemos cómo debemos comportarnos, sin embargo, el comportamiento real es diferente al ideal-, sino de los factores exógenos al juego democrático que lo pervierten y modifican con la finalidad de lograr objetivos, muchas veces partidistas y grupales, alejándose así del objetivo prioritario que debe regir cualquier sistema democrático: alcanzar la igualdad política, entendida esta en su acepción más amplia.
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de nuestros vecinos franceses en 1789, nace precisamente de la lucha del ciudadano contra la opresión que ejerce el poder; luchan por la igualdad de derechos sin restricciones ni escisiones; abogaron por el liberalismo y por enunciar su máxima: “Todos los hombres nacen libres e iguales en derechos.” Si bien las circunstancias políticas y sociales de aquel momento permitían la formulación de axiomas emotivos y tan optimistas que dejaban enunciar que “todos” los hombres eran iguales, ese era el ideal: objetivo a alcanzar y para ello, deberían de dotarse de las instituciones políticas adecuadas en las que tan noble objetivo pudiese culminar.
A lo largo de la historia, múltiples son las confrontaciones sociales por alcanzar la igualdad real efectiva, motivados en más de las veces, no por razones si no por emociones, sentimientos y pasiones, factores necesarios e imprescindibles que de forma directa afectan e influyen de forma positiva en la movilización ciudadana para lograr el objetivo a través de la acción colectiva. Los logros alcanzados en igualdad política se han logrado gracias a la movilización de grandes masas de ciudadanos movidos por la pasión que genera la distribución desigual de los recursos, así como el trato desigual en derechos y obligaciones y, ello movido desde el ámbito que ostenta el poder, bien sea político o económico.
Estamos todos de acuerdo que la Democracia es el sistema político en el que se pueden alcanzar las máximas cuotas de igualdad política, pero: ¿de qué manera podemos los ciudadanos participar en el actual sistema democrático para lograr influir en quien tiene el poder de decisión política? Un gran número de ciudadanos identifican la “igualdad política” con el derecho al sufragio universal; el derecho a votar y elegir a gobiernos[1], convencidos de que no existe otra forma de participar con el objetivo claro de influir de manera decisiva en el diseño de las políticas públicas. No es cierto.
Asistimos a una constante expansión y distribución de los centros de poder e influencia.  Cada vez son más evidentes la influencia de los medios de comunicación en la generación de opinión pública con diferentes objetivos, no mostrados de forma previa, y que consiguen persuadir, convencer y movilizar a un gran número de ciudadanos al objeto, de que mediante esta movilización, se logre penetrar en la agenda política influyendo en las decisiones. La importancia de los medios de comunicación en las democracias es vital, como en ese sentido se manifestó Benjamin Constant al considerar la libertad de prensa como una de las más importantes libertades sociales, ya que a través de ellos se logra llegar al máximo número de receptores, siendo el instrumento de persuasión y difusión y causante de la “disfunción narcotizante” de la información más relevante en la actualidad. Lenguaje persuasivo y llegar al máximo número de receptores son instrumentos idóneos para crear opinión pública, “privatizarla” como condenaba Gil Calvo[2], y a través de ella, lograr la movilización ciudadana capaz de influir en la toma de decisiones políticas.
Los instrumentos de persuasión se desarrollan en múltiples ocasiones en el ámbito de la manipulación e incluso la violencia, como ocurre con los grupos terroristas. Esto fue desarrollado y analizado por Carl Schmitt y Freund[3], como la relación “amigo-enemigo”. Esto es, explicado en palabras de N. Bobbio: “conflictos que no pueden ser resueltos en última instancia si no es a través de la fuerza, o que, por lo menos, justifican, de parte de los contendientes, el recurso a la fuerza para poner fin a la discusión”[4]. Parece que todo vale al objeto de lograr influir en la toma de decisiones políticas. En este todo vale, por supuesto, se encuentra la manipulación informativa por parte de los medios y grupos de poder y por tanto presión, que quieren forzar un cambio a su favor, bien sea en la generación de opinión o en el centro de toma de decisiones políticas.
Pero retomemos el concepto de igualdad, recordando las palabras que Abraham Lincoln lanzó a los “emotivistas” franceses creadores de La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano antes citados. Lo hizo con una pícara ampliación de información sutil que se les pasó por alto a los hombres de antaño: “todos los hombres nacen iguales, pero es la última vez que lo son”[5]. Es necesario analizar para saber si se corresponde a la realidad o a una utopía de difícil acceso para todas las sociedades en general, pues si de algo está cargada la palabra “igualdad”, como punto de partida, es de indeterminación de su significación; Balzac aseguraba que “la igualdad tal vez sea un derecho, pero no hay poder humano que alcance a convertirla en hecho”[6]. Como acertadamente aconsejaba Norberto Bobbio, el primer paso es saber qué significa el término en el ámbito del lenguaje político, en el lenguaje de la persuasión. Para ello nada mejor que preguntarse: “a) ¿Igualdad entre quiénes?, y b) ¿Igualdad en qué?”[7]. Si partimos de la forma de formulación de las preguntas de Bobbio, nos daremos cuenta de que la igualdad sí es un pilar de la democracia, pero no implica un valor como pueda ser la libertad, sino un mecanismo de relación entre los entes de una totalidad.
La pregunta, ¿Igualdad entre quienes?, nos lleva inevitablemente a una comparativa entre otros hombres y nosotros mismos, lo que deja entrever que más que un valor, la igualdad implica un mecanismo, un método, para definir como serán las relaciones que deben darse dentro de esa sociedad. Es el caso de la afirmación: “Todos los hombres son iguales ante la ley”, la cual implica una relación que debe darse entre los hombres bajo el ámbito de la justicia o lo que es lo mismo, explicado bajo las palabras de Bobbio: “La regla de justicia presupone, (…) que se han elegido los criterios para establecer cuándo dos cosas deben considerarse equivalentes y cuándo dos personas deben considerarse equiparables”. Es decir, el modelo debe ser un marco de igualdad ante la ley –isonomía-, con un marco de libertad de expresión –isogoria-, o al menos, así debiera ser en teoría, pues, una igualdad que permita la pluralidad y la real igualdad de los seres libres, es el desiderátum de la democracia, cuestión que una vez más y para no perder costumbre, se pierde por la manipulación y los sesgos –influencia-, externos y ajenos a los valores morales de igualdad que legitima la justicia. Es quizá por ello que Jean-Jacques Rousseau afirmó sin que le temblase la pluma que: (…) la verdadera igualdad no reside en el hecho de que la riqueza sea absolutamente la misma para todos, sino que ningún ciudadano sea tan rico como para poder comprar a otro y que no sea tan pobre como para verse forzado a venderse. Esta igualdad, se dice, no puede existir en la práctica. Pero si el abuso es inevitable, ¿quiere eso decir que hemos de renunciar forzosamente a regularlo? Como, precisamente, la fuerza de las cosas tiende siempre a destruir la igualdad, hay que hacer que la fuerza de la legislación tienda siempre a mantenerla.”[8]
Si bien en el ámbito de la ley y la justicia, la palabra igualdad toma un sentido claro y una posición neutral a las relaciones entre iguales para facilitar su propio mecanismo, la extensión a la frase: “Todos somos iguales” al ámbito del lenguaje político y por ende, dada la naturaleza del propio sistema democrático, la sociedad, adquiere un factor de valor obviado en su significación anterior de justicia, como así reconocía el filósofo italiano N. Bobbio.: “En el debate político la igualdad constituye un valor, mejor, uno de los valores fundamentales en los que las filosofías y las ideologías políticas de todos los tiempos se han inspirado”, pero como decía anteriormente, esto no deja de ser una falacia o una amalgama de positivismo mezclado con sueños ilusorios, pues no hay mayor surrealismo que llevar el término igualdad a “todos”, cuando somos conocedores de que hechos acontecidos en suelo terráqueo nos hacen negar esa premisa fantasma. Mayormente porque quiere dar a entender, con ese “todos” un tanto hostil a mi parecer, que sea cual sea el ámbito de aplicación de la igualdad, todos deberán serlo en la misma medida.
Evocar la igualdad en todo nos recuerda a los gobiernos comunistas o igualitarios, quienes acaban anulando recursos y libertades políticas importantes para el ciudadano como pueda ser la libertad y el reconocimiento de los valores individuales del individuo, en pos de una igualdad algo confusa y despiadada para el hombre libre que tanto costó parir a finales del s. XVIII, tratado en esa clase de sociedades como un sujeto genérico en que nada se distingue a los demás. Esto no sólo nos recuerda a los sistemas autocráticos, sino también al hombre masa, representación de la indigencia intelectual que un día pintaba con acierto Ortega y Gasset[9]: “Masa es aquel que no se valora a sí mismo –en bien o en mal- por razones especiales, sino que se siente igual a todo el mundo, y sin embargo, no se angustia, se siente a sabor al sentirse idéntico a los demás”.  Creo que Gasset no deja lugar a dudas, ¿es positiva la igualdad entre todos en todos sus ámbitos? ¿No es una premisa y axioma indiscutible que la igualdad comienza cuando aceptamos que todos somos igual de diferentes? ¿No es la igualdad de derechos aquello que nos une haciendo que respetemos intrínsecamente aquello que nos diferencia?
En lo que concierne a igualdad democrática, normalmente mostrado al ciudadano a través del discurso político más pasional que real –como la Oración fúnebre a Pericles (Tucídices)-, influye en algo como pueda ser la igualdad de oportunidades. Si bien es cierto que nunca ha habido tantas oportunidades, es decir, opciones para todos, creo exagerado creer en la frase demagógica del político de pro que afirma “que nunca nos ha ido tan bien como ahora”. La creación de más oportunidades para todos, no debe dar lugar a pensar que todos los ciudadanos están realmente en igualdad de conseguirlas. Ralph Dahrendorf se refería así a la conflictiva definición de este término por parte de los franceses: “Desde que los expertos en relaciones públicas de la Revolución francesa unieron libertad, igualdad y fraternidad, han sido muchos los que han ratificado la compatibilidad de estos tres conceptos. He de confesar que, a mí, esta visión armoniosa no me convence. Las diferencias entre liberales, socialistas y comunitaristas no se pueden ocultar, ni siquiera bajo la cómoda imprecisión de una ‘tercera vía’. Libertad e igualdad son dos formas distintas de abordar las relaciones sociales. Quien busca ante todo igualdad, suele perder de vista la libertad”[10]. Como decía antes, la desigualdad o lo que es lo mismo, la diferencia, es uno de los componentes de la propia libertad, por lo que hay que empezar a preguntarse dónde está la línea que separa que la igualdad y la libertad se retroalimenten o la igualdad termine con el valor supremo de la libertad. En una sociedad libre, el espacio para sujetos diferentes es incalculable. ¿Qué hacer ante esto? ¿Cómo marcar qué es en lo que debemos ser todos iguales? Sin lugar a dudas, garantizando unas dotaciones básicas para todos, como pueden ser por ejemplo los derechos fundamentales del individuo, pero que en ningún caso acaparen medidas que pudieran ir en contra de los derechos individuales del hombre. Es por ello, que nuestra democracia puede verse como una democracia-liberal, sin que liberal signifique lo que significó antaño, sino más bien que todos los ciudadanos gocen de igual libertad, como decía Bobbio, “sean igualmente libres o iguales en el derecho a la libertad”.
Pero si algo está a la orden del día en nuestros actuales sistemas democráticos es la manipulación, el uso de un lenguaje político cargado de perversidad, que utiliza los valores básicos de la democracia llenándolos de valores populistas más banales que trascendentales, transformándolos en tópicos o golpes de pecho que nos damos pero que a efecto no llevamos. Partiendo de la misma palabra “democracia”, parece que entre todos le hemos fabricado un colchón donde asentarse totalmente hipócrita y falseado, sin más atisbo de democracia que la democracia directa practicada por los ciudadanos cuando se dirigen a una urna, las cuales, como decía J. Rancière: “no suelen estar atestadas y es posible cerciorarse de ello sin arriesgar la vida”. [11]Y es que parece haber quedado muy lejano aquel lema demócrata “un hombre, un voto” y menos cuando en países como España entra en juego la desigual Ley de D’Hondt que devalúa el voto del ciudadano de Soria con respecto al de Madrid.
Muy a pesar de ser conocedores de la historia y sus movimientos sociales, no parecemos haber aprendido de los errores ni aciertos del hombre antiguo. Tomando como referencia la “en exceso adorada” democracia de Atenas, vemos como a pesar de haber comprendido que las igualdades sociales no respetadas por los griegos, son de una importancia social que no es baladí, se nos olvidó lo que si hicieron bien: “la democracia directa”. Si bien Sartori está en lo cierto cuando afirma que el declive de la democracia de Atenas vino dado por “la hipertrofia de la política”, por lo que llega a la conclusión: “que la democracia indirecta, es decir, representativa, no es únicamente una atenuación de la democracia directa; es también un correctivo”[12], también es cierto que nosotros, la democracia directa no la hemos olido más que cuando nos acercamos con nuestro sobre blanco y “secreto” a la urna –quienes se acercan, claro- en un ejercicio de más manipulación sobre el ciudadano que veta su propia influencia sobre el sistema. Me explico. Si bien la elección de los candidatos que han de representarnos, se hace en un ejercicio de elección y libertad, esconde una manipulación del lenguaje político realmente alarmante para el que quiera ver: en realidad, estamos votando “en democracia” a un líder que ejercerá un mandato imperativo, vendido al pueblo como que en realidad es la masa quien gobierna. El caso es, que la mentira no sólo es despiadada al tener que reconocer que a pesar de los avances históricos e ideológicos, seguimos encontrándonos en una “oligarquía” envuelta en papel de democracia, disfrazada de incumplidas y falsas promesas que todos queremos creer. Promesas rotas que van desde “el gobierno de todos” a el gobierno de las mayorías, de la igualdad de todos, a la igualdad del aventajado y no por meritocracia, de la democracia representativa a la representación de los intereses particulares afincados en una caduca y mediocre clase política aficionada más a la poltrona que a la búsqueda de intereses de la comunidad. Con esto no quiero ni mucho menos decir, que los partidos políticos sean innecesarios en una democracia, pues esta afirmación se caería por su propia incoherencia. Ahora bien, lo que sí son innecesarios, son los partidos que hoy el individualismo egoísta reinante ha creado: basados en la manipulación mediática a través de la aprobación de políticas populistas que se camelan gran parte de la opinión pública a través de la privatización de su opinión, llevándoselos al bolsillo sin ningún pudor moral de cómo el fin para ellos justifica los medios. Son los políticos y los medios de comunicación  de masas, los protagonistas que ejercen la manipulación más absoluta de la verdad y la transparencia política, alterando con ello el verdadero espíritu del sistema democrático, desprestigiándolo y por ende, dándoles la razón a todos aquellos autores que han escrito ríos de tinta sobre el futuro negro y oscuro de la democracia. Son muchos los que alertan, que, por lo general, las democracias tienen tendencia a acabar en corrupción, y la verdad, viendo la situación a nivel mundial de las democracias actuales, hemos de reconocer que en el fondo todos sabemos cómo está empedrado el camino del infierno, y se parece mucho a lo que cada día políticos, medios de comunicación y grupos de presión dibujan para nosotros. 

Ante esta presión de los grupos de poder, obsesionados en aplastar las minorías que conviven con ellos y al ciudadano que “osa” tomar una actitud cívica, esto es, de compromiso con su comunidad, vea cada más imposibilitado ejercer su influencia sobre ese mal vendido “gobierno de todos”. Para la sociedad civil organizada no abonada al Vip-Club del poder, sólo queda la presión a través de asociaciones civiles, pero su repercusión mediática, una vez más, está vendida al antojo de los directores de los medios de comunicación. La información privatizada, sin control y con amplios vacios legales que confirman la regla de “la casa siempre gana”, hacen al “ciudadano cívico”, mermar sus fuerzas al darse cuenta de que como ciudadano independiente es totalmente falso que tenga ninguna clase de influencia si no es “apadrinado” por un grupo de presión legitimado por la sociedad –una vez más, por la mayoría-. Al mermar las fuerzas, llega la apatía hacia el sentir público o patrio, y con ello la inactividad y su consecuente disfunción narcotizante. Jacques Ranciére irónicamente me lleva la contraria, afirmando que “no es verdad que estemos asistiendo a un avance irrefrenable de la abstención. Por el contrario, hay un elevado número de electores que persisten en movilizarse para elegir entre representantes equivalentes de una oligarquía de Estado que dio tantas pruebas de su mediocridad, cuando no de su corrupción, habría que ver más bien la señal de una admirable constancia cívica. Y la pasión democrática que daña tan fuertemente a los candidatos de gobierno no es capricho de consumidores, sino simplemente deseo de que la política signifique algo más que la alternativa entre oligarcas intercambiables.”[13] Lo peor de todo esto, es que una vez más nos percatamos de que muy a pesar de estar respaldados por una soberanía popular, esto no deja de ser más que un enunciado, totalmente contradictorio a cual es hoy la triste realidad de la democracia que convierte la frase de Groucho Marx: “Estos son mis principios, sino le gustan tengo otros” en el eslogan del sistema. Hagámonos la pregunta: ¿Somos los ciudadanos españoles “gobernadores” reales de nuestro “pueblo”? Está claro que no, “la soberanía popular es una manera de incluir el exceso democrático, de transformar en arché el principio anárquico de la singularidad política: el gobierno de los que no tienen título para gobernar”.[14]

Es así, a través de la constante manipulación del lenguaje político, proyectado a los ciudadanos a través de mítines vespertinos bien recogidos en los “partidistas” medios de comunicación, de tal forma que causen el mayor efecto deseado por los grupos de poder. De esta forma, es como el significado de la palabra democracia cae en el mayor de los eufemismos, tal que podríamos caer en otro emulando a Niestzche y afirmar que “La democracia y la libertad han muerto” y además, por las mismas razones que Niestzche y Freud “mataron” a Dios: porque sus pilares y su análisis a través de la historia no son suficientemente fuertes como para servir de parangón y base de un sistema político fuerte y realmente representativo para los ciudadanos, sin dejar que políticos mediocres y poco preparados para el oficio de gobernar, terminen de dar el golpe de gracia a nuestros derruidos principios y fundamentos democráticos.

Hoy, “la polémica dibuja el retrato-robot del hombre democrático: joven consumidor imbécil de pop-corn, de telerrealidad, de safe sex, de seguridad social, de derecho a la diferencia y de ilusiones anticapitalistas o altermundistas. Con él, los denunciantes tienen lo que necesitan: el culpable absoluto de un mal irremediable. No un pequeño culpable, sino un gran culpable, causante no sólo del imperio del mercado al que los denunciantes se amoldan, sino de la ruina de la civilización y la humanidad”.[15]

Sin lugar a dudas, ese “exceso democrático” del que hablaba antes, es uno de los causantes de la manipulación de la democracia a través de la influencia de grupos de presión, medios de comunicación, vendedores de realidades paralelas que han de encontrarse perdidos en el pueblo “Utopía” de Tomás Moro, pues que sepamos, aún ninguno conocemos qué es en realidad disfrutar de un sistema democrático.

Como decía Kant: “del retorcido tronco de la humanidad no ha salido nunca nada derecho”. Stuart Mill creía fervientemente en esta afirmación. Yo, visto lo visto, creo firmemente que también. Eso sí, mi moral cívica no me permite ser más que optimista a la espera del cambio.

Otra democracia, es posible.




[1] Schumpeter, J.S. Capitalismo, socialismo y democracia. Ed. Folio, 1984, Barcelona, pág. 338 “(…)en realidad, el pueblo no plantea ni decide las controversias, sino que estas cuestiones, que determinan su destino, se plantean y deciden normalmente para el pueblo.”
[2] Gil Calvo, “La privatización de la opinión pública”
[3] Citado por N. Bobbio en “Política, moral, derecho”. Pág. 186.
[4] N. Bobbio “Política, moral, derecho”. Pág. 188.
[5] Abraham Lincoln, 16º Presidente de los EEUU (1809-1865)
[6] Honore de Balzac, novelista francés (1799-1850)
[7] N. Bobbio, Igualdad y libertad, pág. 54
[8] Rousseau, “El contrato social”.
[9] Ortega y Gasset, “La rebelión de las masas”.
[11] Jacques Rancière, “El odio a la democracia”
[12] Sartori, “Democracia”.
[13] J. Rancière, “El odio a la democracia”.
[14] J. Rancière, “El odio a la democracia”.
[15] Jacques Rancière, “El odio a la democracia”

17 Lengüetazos:

José Manuel Blanco dijo...

La próxima vez divídelo en entregas :D!!!! Que es muy largo!!

Nuevamente, enhorabuena ^^!

José Manuel Blanco dijo...

La próxima vez divídelo en entregas :D!!!! Que es muy largo!!

Nuevamente, enhorabuena ^^!

Aurora dijo...

Jejeje, gracias compañero ;). Tienes toda la razón en la extansión, esta vez me he pasado un pelín, pero como ahora vamos a estar más libres sin exámenes me apetecía incarle el diente ya a la actualidad :P

un besote y gracias por pasarte :)

Anónimo dijo...

Largo pero merece lapena. grandisimo ensayo

un abrazo

López dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
López dijo...

Hola pensadora!!

Siguiendo con la última parte de tu texto, no cabe duda de que la democracia representativa ha pasado a ser una democracia de partidos. Esa partitocracia, efectivamente, se ha trasladado a todos los ámbitos y todo se manipula en función de los intereses de unos y de otros. Es evindete, por ejemplo, en el de los medios de comunicación: vemos cómo en las tertulias televisivas muchas veces se plantan allí auténticos periodistas o contertulios "de partido". En fin, una aberración profesional. Pero es que, tan alargada es la mano partidista, que luego a luego llega hasta a las grandes comunidades de vecinos, donde vemos posicionamientos que no son otra cosa que el reflejo de posiciones de los partidos políticos... Increíble. No digamos ya a entidades supervisoras, como la CNMV, el BdE o la Comisión de la Compentencia e, incluso, y esto es lo más vomitivo, en órganos constitucionales teóricamente independientes como el TC o el CGPJ.

Y creo que por eso último es por dónde habría que empezar, por ponerles límites en la propia Carta Magna que no les permitan hacer y deshacer en esos órganos constitucionales. Es un disparate hablar en términos de "cuota partidista" cuando se analiza el posible resultado de una resolución judicial. ¡¡Hay que atajar eso ya!! Es lo único (la limitación de poder) que podría racionalizar y mejorar nuestra democracia representativa, que es imprescindible y la única viable (aunque siempre se puedan buscar fórmulas de participación complementarias, como tú a veces has señalado). Luego habría también que ponerles coto (incluso a nivel constitucional) en lo relativo a los órganos supervisores/reguladores que son claves también, por ejemplo, a la hora del buen funcionamiento de los mercados (incluido el audiovisual con todas las "derivadas" que eso conlleva).

Sobre la primera parte, daría para muchísimo y, como no quiero extenderme mucho, sólo resaltaría, como te dije la otra vez, que para mí es importantísima la igualdad de oportunidades, piedra angular del liberalismo progresista.

Finalmente, felicidades por el artículo. Ahora no me extrañan determinadas calificaciones académicas ;-) Me gusta mucho la variedad de autores, los cuales son muy oportunos y alguno de los cuales a mí particularmente siempre me ha parecido muy interesante, como N. Bobbio.

Un abrazo amiga :))

Pedro José dijo...

“Me voy acercando lentamente a ese momento en el que los filósofos y los imbéciles tienen el mismo destino” (Voltaire)

Solo puedo decir que suscribo palabra por palabra tu fantástica entrada. Se agradece volver a leerte, pues en tiempos oscuros, ver una luz entre tantas tinieblas ayuda a reafirmar que uno no es un “rara avis in terra” y sus opiniones son más comunes de lo que se puede pensar. Un cordial saludo.

(Lincoln no considero el otro momento más igualitario; el de la muerte)

Anónimo dijo...

Enhorabuena, gran articulo.
Ahora bien yo a veces soy tan pesimista que creo que "el pudridero nacional de la politica no tiene solucion". Pero por otra parte tenemos que intentar aunque solo sea denunciarlo.
Como hacemos con la galera por cierto.
Un besin/Jose Maria

J.P. dijo...

con dos cojones rubia. Vaya pluma más bien envasada.

Anónimo dijo...

Enhorabuena, Aurori.

Eres un crack político (en el buen sentido), así que solo quedaría sacarte a jugar.

Sam.

Aurora Ferrer dijo...

Sin lugar a dudas, muchísimas gracias a vosotros por pasaros, leeros el "mazacote" jeje y dejar vuestro comentario y vuestras opiniones.

Un fuerte beso López, Paseante y José María.

Sam: vamos andando ;)

Anónimo dijo...

me quito el sombrero rubia

Juan Espino dijo...

Buen trabajo, Aurora. Mis felicitaciones.

Victoria dijo...

Aurora, el trabajo que has realizado es magnífico. Extraordinariamente documentado y caracterizado por una reflexión profunda.
¿No crees, sin embargo, que algunas de las reflexiones,premisas y afirmaciones que haces sobre la igualdad podrían ser aplicadas, en la misma medida para la libertad...?
¿Es la igualdad una falacia y no lo es la libertad? y no sólo evidentemente en los sistemas autoritarios, sino también en los democráticos. ¿No es la democracia el mejor sistema para hacernos creer que somos libres porque podemos decir, incluso gritar, lo que no nos gusta...y quedarnos en eso, Aurora...?
En mi opinión, la democracia es el mejor invento del capitalismo.Un sistema basado en la supuesta libertad del individuo...Pero libertad ¿para qué? ¿para quién?...
Como puedes ver son las mismas preguntas que tú te haces al respecto de la igualdad...
Podría desarrollar las respuestas con ejemplos que ayudasen a ilustrar lo que pretendo, pero ocuparía un espacio si no tan amplio como el tuyo sí más holgado que el que puedo permitirme en este comentario.
Defiendo la democracia como un mal menor. No porque sea un ejemplo de libertad o libertades.
Gracias de nuevo por tu entrada, Aurora. Tal vez me anime a escribir sobre la libertad como tú lo has hecho sobre la igualdad...

Victoria dijo...

Aurora...no había terminado de leer el artículo.
Leído en su totalidad sobra mi comentario anterior, muchacha.
Enhorabuena!!!
No te has dejado nada en el tintero. No caben añadidos.
Sólo suscribir y felicitarte de nuevo
Victoria

Anónimo dijo...

Aurora, has hecho un artículo realmente brillante he quedado fascinado. Realmente opino que deberíamos ayudarte a hacerte un sitio donde poder expresar estas cosas: tienes una mente privilegiada y un carisma imponente

adelante campeona: eres la fortaleza en persona

yo

Anónimo dijo...

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