Críticos de palo y masoquismo infeliz (Por Aurora Ferrer)

"Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos."

Martin Luther King

Recientemente, he terminado de leer una magnífica obra casi desconocida para mucha gente, aunque no para los que frecuentan la historia del pensamiento político: “Discurso de la servidumbre voluntaria” de Étienne de La Boétie.  El texto data del s. XVI y a través del mismo, La Boétie reflexiona sobre los resortes que hacen posible la dominación del pueblo bajo el tirano de turno.

Resulta cuanto menos curioso, que a lo largo de los siglos el discurso no haya cambiado un ápice. Si cambiamos los carruajes por los Audi, los refajos por un armario de primeras marcas (como el de la Vice) y la artillería pesada por el marketing desenfrenado, obtenemos el mismo resultado que el de antaño: tiranía del poder político, un poco más chic para disimular el analfabetismo y la incompetencia, pero tiranía pura y dura al fin y al cabo.

Cuando leía, me daba cuenta (no sin sufrir un sonrojamiento previo de pómulos) que seguimos en el mismo momento ideológico que hace cuatro siglos. Nuestra tecnología avanza, la libertad de las mentes también, pero no la necesidad de romper las cadenas y dejar de ser dominado por un ente político, con un rollito amo y esclavo (Hegel) que avergonzaría a cualquier libertador digno de antaño. Según La Boétie, los hombres se someten a la servidumbre como: “encantados y fascinados por el solo nombre de uno”; así, en su discurso afirma que:

“[...] no querría sino entender cómo puede ser que tantos hombres, tantos Burgos, tantas ciudades, tantas naciones aguanten alguna vez a un tirano solo, el cual sólo tiene el poder que ellos le dan; el cual no tiene el poder de hacerles daño sino en tanto que aquéllos tienen la voluntad de soportarlo; el cual no podría hacerles mal alguno, sino mientras prefieran sufrirle que contradecirle [...].”[1]

Esto no dice otra cosa que somos seres débiles y cobardes que adoramos la sumisión, y que preferimos aguantar y cargar mochilas llenas de piedras y enseres inútiles, a levantarnos, hacer un esfuerzo y enfrentarnos directamente a la situación. En el s. XVI no había televisión, pero fijo que se reunían bajo un árbol con cuatro caballos y dos pipas a poner verde al mandatario de turno. Y es que somos así, críticos incesantes que no paran de hablar como cotorras del panorama político español, pero que poco hacemos por tomar las riendas y proponer medidas que enderecen este país. Al menos, en el s. XVI existían esos hombres valentones con mallas, que nos recuerdan a la sota de bastos, que erigían el nombre de su nación y ciudadanos en pos de la lucha por la ampliación de los derechos civiles. Ahora, incluso es más vergonzoso que en nuestro pasado histórico, puesto que la apatía nos ha llevado al directo y más tenebroso conformismo: “A ver si vuelve a haber elecciones”, “vaya pardillo que hemos votado”, “nos va a destrozar el país”, es lo máxime que sale de nuestras bocas. Algún friki se lanza al ruedo y se hace protagonista por un día por hacer alguna parida digna de telediario, lo cual ya no veo como negativo, pues al paso que vamos parecen los frikis nuestra más clara salvación, aún con ese ridículo aspecto y argumento estilo “Dianas cazadoras” del s. XXI.

Lo peor de todo es que damos vueltas en círculos concéntricos. Constantemente nacen movimientos cívicos, partidos políticos, asociaciones, fundaciones…y otros entes variados, para una supuesta lucha en la que los ciudadanos lleven el rumbo de la Nación, pero entre esos mismos entes, nacidos con la finalidad de ponerse por montera la Libertad y el Sentido Común, vuelve a formarse la teoría de Hegel del amo y el esclavo que contamina la cadena liberal, pues nuevamente sentimos la necesidad de hacer todopoderosa a una persona que es como nosotros e incluso en algunas ocasiones, y a los hechos me remito, mucho peor que nosotros. No sólo eso, sino que además llamamos lealtad a lo que debiéramos llamar deshonra. Me explico. Una vez metidos en el más profundo aparato libertario que hemos encontrado y una vez formada la cúpula mandataria y la obediente, el círculo concéntrico en el que llevamos dando vueltas siglos vuelve a girar. Hemos creado un “rey” que es a nuestra supuesta imagen y semejanza, por ello le veneramos y le llevamos en ridículas palmitas mientras con risas, chanzas y jolgorios, aplaudimos las tonterías o brillanteces que dice. Lo de las brillanteces lo veo lógico… ¿pero las tonterías también? ¿tanta necesidad tenemos de vernos protegidos por alguien a quién nosotros mismos hemos elevado al poder absoluto y quién ha demostrado con creces no ser válido para el puesto? Véase, por poner un ejemplo, el caso de Zapatero y de los ciudadanos que aún le defienden.

A veces, me río solo con pensar los textos que algunos dirigentes políticos escriben para deleitar a la cosmopolita plebe de hoy en día. A pesar de que estén llenos de incorrecciones, memeces e incoherencias, les aplaudimos y vitoreamos como seres acomplejados que carecen de toda seguridad personal, sin tan siquiera pararnos a pensar lo que diría Platón de la evolución si se topara con semejante barbaridad (Para este ejemplo véanse los textos de Carlos Martínez Gorriarán, Director de Comunicación de cierto partido político español que ha pasado del discurso de “unidad territorial” con el que ha despistado durante casi dos años a su audiencia, al “federalista”, sin otra razón aparente que el artículo 33 (¿eso le acerca peligrosamente a cierta creencia nacionalista? Queda en el ámbito de la reflexión). Estas demostraciones dejan claro que en el s. XXI las teorías y los grandes principios ideológicos son como la camisa de Camarón, que uno se la parte cuando le da la real gana).

Sobre esto, La Boétie también tenía una opinión:

“No es creíble que el pueblo, desde el momento en que es sometido, caiga tan repentinamente en tal y tan profundo olvido de la independencia[2] que no es posible que se despierte para recobrarla, sirviendo tan resueltamente y de tan buen grado que al verle se diría, no que ha perdido su libertad, sino que ha ganado su servidumbre. Es verdad que al principio se sirve forzado y vencido por la fuera. Pero los que vienen después sirven sin pesar, y hacen gustosamente aquello que sus antecesores habían hecho por coacción. Ello es así porque los hombres que nacen bajo el yugo y son después criados y educados en la servidumbre, sin mirar más allá, se contentan con vivir como han nacido, y como no piensan tener otro bien ni poseer otro derecho que aquel con el que se han encontrado, toman por su natural el estado en que han nacido. Y sin embargo no hay heredero tan pródigo e indolente que no eche alguna vez un vistazo a los registros de su padre para comprobar si goza de todos los derechos de su sucesión o si no se le ha usurpado algo a él o a su predecesor. Pero, ciertamente, la costumbre, que en todo tiene un gran poder sobre nosotros, para nada tiene mayor fuerza que para enseñarnos a servir y (al igual que se dice de Mitrídates[3] que se habitúo a beber veneno) para enseñarnos a tragar y no encontrar amarga la ponzoña de la servidumbre”.[4]

No sólo la selección o la liga deben de ir bien. Despierta, el mundo es algo más y ahora más que nunca requiere de tu atención ¿A quién estás sirviendo? ¿Es esa actitud pusilánime lo que realmente eres? ¿Conseguiremos una unión real ciudadana que defienda los derechos civiles y destruya el fortalecimiento de la tiranía? O por el contrario… ¿Dejaremos que los frikis sean nuestros héroes y acaben gobernando el mundo?

Una cosa es mover el culo y otra muy distinta ponerlo. De ti depende.

Y ahora dime: ¿Cuál es tu rol?, ¿luchas o sirves?, ¿eres amo o, por el contrario, eres esclavo?

Aurora Ferrer

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[1] Discurso de la servidumbre voluntaria. Ed.: Trotta. (Pág. 26)

[2] Aquí se traduce independencia el término francés Franchise que significa ausencia de coacción instituida; hace referencia, en primer lugar, a un estatuto jurídico del súbdito de un reino, significando literalmente el estado de quienes no son siervos.

[3] Cf. Apiano, Guerras de Mitrídates, XVI.

[4] Discurso de la servidumbre voluntaria. Ed.: Trotta. (Pág. 36-37)

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