sábado, 30 de agosto de 2008

“No mires a otro lado” (Aurora García Pérez)

Aurora García Pérez en el Muro de Berlín
Cuando los hombres se ven reunidos para algún fin, descubren que pueden alcanzar también otros fines cuya consecución depende de su mutua unión” Thomas Carlyle
En todas las obras escénicas, los actores son elegidos con criterios objetivos, en la mayoría de los casos, méritos y cualidades del actor, en dependencia directa con las características de los personajes a representar. Esto no ocurre en la vida real, en ella, no hay selección previa, el elemento determinante es circunstancial. Hace unos meses, sin pretenderlo, fui protagonista de una escena en un vagón de metro de la línea 6 de Madrid. Quien conozca esta línea, sabe, que los vagones son de los más amplios, y que a pesar de ello, en hora punta estos se llenan completamente. Aquella tarde, cuando subí al vagón, todos los asientos estaban ocupados y algunas personas permanecían de pie en los laterales. Me situé en una de las barras verticales del centro, al objeto de estar sola y poder leer el libro que me acompañaba. En la siguiente estación, subió bastante gente, entre ellas, una familia compuesta de una mujer adulta y dos adolescentes, chico y chica, portando maletas y bolsas de viaje, caras sonrientes, ropa de firma y aspecto de recién llegados, posiblemente de un país centroamericano. Todos se dirigieron hacia la barra central, donde yo estaba, compartiendo conmigo el espacio reducido, que tan amplio parecía en un principio. Junto con el pequeño grupo familiar, entraron otras personas, entre ellas, un chico alto, de aproximadamente 1,85 m, pelo rubio, piel morena, sonrisa amplia y ojos color marina intensa. Él, se situó en el centro del vagón, próximo a la barra central, entre las dos bancadas de asientos. Con ojos expectantes, exploró todo el vagón y a las personas que en él estábamos. Se cerraron las puertas, y el metro partió hacia la siguiente estación. Una vez situados en el túnel, observo por encima de las líneas de mi libro, que el chico alto y de sonrisa amplia, de repente le atrajo de forma irresistible la barra central, se dirigió decidido hacia ella, compartiendo así, espacio con la familia viajera y conmigo, a pesar de que en la misma ya éramos multitud. Sigo leyendo, y al cabo de un instante, observo nuevamente por encima de las líneas del libro, como el chico alto y de sonrisa amplia, coloca la cazadora en su brazo derecho, el mismo con el que se sujetaba a la barra central. De forma inmediata y con la máxima precaución, pasa su brazo izquierdo por debajo de la cazadora, con intención de introducir su amplia mano en el bolso de firma, que la mujer viajera llevaba colgado del hombro, en ese instante, le doy varios toques a la señora con mi portafolio, mirándola, al objeto de despertar en ella interés y prevenirla de lo que estaba ocurriendo, pero ella absorta en las risas y comentarios de sus adolescentes acompañantes, se limita a devolverme la mirada esbozando una leve sonrisa, pero sin atisbo alguno de percibir lo que yo pretendía comunicar. Al otro lado de la barra, frente a mí, el chico alto de sonrisa amplia persistía en su actitud, aún siendo consciente de que yo le estaba observando. Me acerqué un poco más a la mujer viajera, y esta vez con mi codo, le doy cuatro golpecitos en el suyo, con la mirada puesta en su cara. Ella se gira, y mirándome con ojos inquietos, nuevamente esboza una sonrisa un tanto contradictoria y en ese momento fui consciente que ella interpretó de forma incorrecta mis pretensiones, quizás fui demasiado sutil y la interpretación del lenguaje ocular no era su fuerte. Ante la falta de reacción, cerré el libro en seco y miré fijamente al chico alto de sonrisa amplia, él me miró y desvió rápidamente la mirada, pero persistiendo en su actitud. Me aproximé un poco más a la barra y le clavé la mirada en los ojos, él nuevamente me miró y ya no apartó la mirada, dejó de sonreír, su cara cambió por completo, volviéndose más angulosa, mandíbulas apretadas, mirada agresiva, la mano fuera del bolso y puño cerrado. Yo mirada firme, serena, segura de lo que estaba haciendo, demostrándole que no le iba a permitir que continuara con su pretensión. Por fin, llegamos a la siguiente estación, el tren se detuvo y se abrieron las puertas, en décimas de segundo su cara frente a la mía, nariz con nariz y una voz con acento del este, me increpó “respeta el trabajo de los demás, respétalo”,..........¡¡hay que joderse....!!!, (perdón por la expresión, pero no encuentro otra más apropiada ante su calificación, ¡siempre ha sido robar!). De repente otro acompañante del chico alto sin sonrisa amplia, sale de detrás de mí y también me mira, los dos salen del vagón y una voz ronca y fuerte se levanta diciendo “sinvergüenzas, ladrones chorizos,.....señora, pero no se ha dado cuenta que pretendían robarla y que esta chica lo ha evitado, ¿cómo no se ha dado cuenta?.........” Inmediatamente, la mujer muy nerviosa me miró, me tendió su mano agradeciendo la ayuda, el adolescente, también me dio la suya reiterando lo dicho por su madre. La mujer relata que acaban de llegar de Venezuela y que en el bolso llevaba todo el dinero, pasaportes, billetes de avión, etc., Con lágrimas en los ojos, nuevamente me agradece la intervención y se bajan en la siguiente estación. La voz ronca y fuerte, pertenecía a un señor de mediana edad, alto y bastante corpulento, situado a mi derecha, y comenta que lo ha visto todo y que yo le había echado un par.........,al enfrentarme a un ladrón en una situación así, que me podía haber agredido o incluso podría seguirme con la intención de darme una lección. Hasta ese instante, no había pensado ni un solo segundo en mí, en el riesgo que estaba corriendo enfrentándome a un individuo, que seguramente no iba a dudar en utilizar la violencia, como instrumento para conseguir su objetivo. Llegué a la estación de Sol, mi parada, bajé e hice algo que no recuerdo haber hecho antes, ir caminando deprisa mirando por instantes hacia atrás, abriéndome paso entre la multitud que, agolpada a la salida de la estación, bloqueaba el camino, dirigiendo mis pasos apresurados hacia mi casa, sin apenas dejar de mirar hacia atrás, con una imagen grabada en mi retina: la cara del chico alto y mirada agresiva pegada en mi rostro; tuve la sensación, que la distancia se triplicó, me pareció interminable, aún siendo inferior a 200 metros. Por fin, llegue al portal, abrí la puerta lo más rápido que pude, entré, y me aseguré de cerrar bien, pulsé el botón del ascensor, pero ante su tardanza, no le esperé, subí las tres plantas, saltando los escalones de dos en dos, abrí la puerta de casa, entré y cerré con llave. Una vez dentro, me senté un instante, haciendo una recapitulación de lo acontecido en la línea 6 de metro, recordando la actitud del señor de mediana edad, que con voz ronca y fuerte, gritó todo tipo de improperios a los derrotados ladrones, después que éstos se habían bajado del tren y cerradas las puerta. Él habiendo sido testigo directo de lo acontecido, no eligió participar de forma activa y colaborar conmigo al objeto de evitar que el chico alto, sin sonrisa amplia y mirada agresiva culminara su propósito, prefirió mirar hacia otro lado. Por desgracia para todos, lo ocurrido en la escena relatada, corrobora una vez más, que en la inmensa mayoría de las ocasiones, aún siendo testigos directos de cualquier posible agresión, algunas personas prefieren elegir el papel de meros observadores, y no actuar en defensa de los derechos de semejantes. Eligen mirar para otro lado. Tomamos como premisa, que los problemas son de los demás, y por tanto son ellos los que los tienen que solucionar. Nos quejamos y vociferamos constantemente ante agresiones del tipo que sea, pero pocos son los que siendo testigos directos, deciden no pensar en sí mismos, ni en el riesgo que corren, al objeto de no permitirla. Por suerte, hay personas que tienen claro que defendiendo a nuestros semejantes, nos garantizamos nuestra defensa, vaya como ejemplo, los dos casos ocurridos recientemente; Jesús Neira y José Luis Pérez Barroso, quienes no dudaron ni un solo instante, en defender los derechos de su semejante, sin pensar el riesgo que podían correr. Es importante que pongamos de manifiesto cualquier tipo de agresión a un semejante, se materialice en la forma que sea, garantizándose con ello el reproche social y la punibilidad de la acción. Casi todos somos testigos indirectos de las agresiones sufridas por Jesús Neira y José Luis Pérez, ambas con resultado, grave en el primer caso, irreversible en el segundo. José Luis, fue agredido por tres menores de edad al intentar defender a una mujer, que estaba siendo agredida por ellos. Todos los seres humanos, somos poseedores de derechos y obligaciones, y una de ellas es erradicar y aislar socialmente a quienes no sean capaces de respetar a otros seres humanos. Individuos que utilizan la agresión y la violencia como medio para conseguir sus objetivos. No estamos solos, compartimos espacios y tiempos con millones de personas, crecemos, nos enriquecemos y evolucionamos gracias a la relación con ellas, por ello, debemos participar de forma activa en la implantación de un sistema de convivencia, que haga posible esa evolución de forma pacífica, efectiva, y por supuesto, exigir a los responsables políticos, un sistema capaz de garantizarlo. Lo que nos diferencia y nos caracteriza como seres humanos, es precisamente la capacidad decisoria. Somos libres en la toma de las decisiones, cuyos únicos límites son los derechos de otras personas, sea en el ámbito que sea, siendo deber de todo ser humano, conseguir que los individuos que utilizan la agresión y la violencia contra las personas, como medio para conseguir sus objetivos, no tengan el beneplácito de un sector de la sociedad. La educación en moral social cada día se hace más apremiante, es imprescindible que todos nos eduquemos en ética y valores sociales. Esta necesidad se hace más urgente en los menores. Hay una constante cesación de funciones en el ámbito familiar, poniendo en grave riesgo el desarrollo correcto de los menores y consecuentemente, la evolución más idónea del ser humano. Todos debemos implicarnos en aras de corregir las desviaciones sociales existentes, sólo la educación y formación son capaces de lograrlo. Lo que nos identifica como personas, y es común a todas ellas, son los valores sociales y derechos humanos.
Aurora García Pérez

5 Lengüetazos:

Anónimo dijo...

El relato es impresionante, Aurora. Es una lástima que estos hechos sean tan normales hoy en día en nuestra ciudad, que haya gente que los pase por alto y mire para otro lado. Y es más vergonzoso aún, que una persona, después de actuar cívicamente, sienta el miedo de poder recibir una "reprimenda" de manos de los delincuentes. ¿Dónde está la seguridad del "mejor metro del mundo"? ¿Dónde la policía?

Nos hemos acostumbrado a que estas cosas pasen, y lo peor de todo es que a la mayoría de la gente le da igual. Simplemente, desean que no sean ellos los agregadidos, porque se da por hecho que nadie va a ayudar...

¡¡Qué necesario es el cambio!!

Unknown dijo...

Has ganado un lector. Acabo de agregar tu feed. Tu entradas son cómodas de leer y le das sensatez a lo que cuentas.

Anónimo dijo...

Entre esta marabunta de auroras uno sale encantado con todas. Nunca un sitio fue tan completo, política bien contada por dos mujeres sensatas y con sentido común (cargadito de ironía jeje).
Por otro lado, otro espacio vinculado que contiene relatos de muy alta calidad.

Merece mucho la pena este sitio, deberían valorarlo quienes sean los jefes de internet.

Habéis ganado otro lector, aunque no se que es el feed...

¡Anímense ciudadanos a levantarse de sus asientos!

Andres Martínez.

starling dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
starling dijo...

Me alegra ver qeu tu intervención no fue puntual y vas a seguir. Bienvenida!! y aunque sobre decirlo, buenísima reflexión... entre las dos vais a terminar ahciendo que subamos todos el nivel ;-) (empezando por aprender cómo funciona esto que no se qé acabo de hacer con el comentario...)

I.