Nuestro Estado de Derecho necesita reformas y cambios si queremos vivir en un país con los mejores niveles de calidad institucional y democrática. El bipartidismo de PSOE y PP, apoyado y condicionado por los partidos nacionalistas, está pasando factura y, lamentablemente, nos encontramos inmersos en un sistema ingobernable y sumamente politizado. A lo largo de los años se ha ido consolidando algo así como una “democracia de partidos” y un modelo territorial caro, ineficiente, burocratizado y que tiende a la desigualdad entre ciudadanos y al conflicto normativo.
Por eso es necesario desde hace tiempo un partido que tenga como prioridad la reforma y saneamiento de ese sistema, que apueste sin complejos por un cambio en las estructuras políticas e institucionales; una fuerza política parlamentaria de ámbito nacional capaz de condicionar mayorías y de forzar la aprobación de un marco normativo mejor. Muchos pensaran que debe ser un partido de derechas sin complejos, otros un nuevo partido socialdemócrata de ámbito nacional.
Pero algunos creemos que debe ser un proyecto con una amplia base social, capaz de aglutinarse en torno a un núcleo duro programático basado en esas propuestas regeneradoras y de cambio.
Por eso es necesario desde hace tiempo un partido que tenga como prioridad la reforma y saneamiento de ese sistema, que apueste sin complejos por un cambio en las estructuras políticas e institucionales; una fuerza política parlamentaria de ámbito nacional capaz de condicionar mayorías y de forzar la aprobación de un marco normativo mejor. Muchos pensaran que debe ser un partido de derechas sin complejos, otros un nuevo partido socialdemócrata de ámbito nacional.
Pero algunos creemos que debe ser un proyecto con una amplia base social, capaz de aglutinarse en torno a un núcleo duro programático basado en esas propuestas regeneradoras y de cambio.
Y es que a muchos ciudadanos, al margen de nuestras procedencias ideológicas, lo que nos une son una serie de principios basados en la reforma político-institucional y judicial, la regeneración democrática, la defensa al ultranza de las libertades cívicas y de los derechos fundamentales, la transparencia en los poderes públicos y también una denuncia del mercadeo político que se llevan los dos grandes partidos con los nacionalistas que nos han llevado a vivir en un Estado ingobernable e ineficaz.
No creo que en estos momentos un partido así pudiera permitirse el lujo de dejar fuera a nadie que esté de acuerdo con lo esencial de esos principios que señalaba. Y eso requiere que la formación sea transversal. En el resto de áreas de la “cosa pública“, como la economía, la cultura, la educación, la sanidad o la política internacional, es lógico que surjan diferencias y discrepancias y por ello no pasa nada; se puede discrepar internamente y hasta permitir el voto no coincidente en ciertos asuntos. El objetivo fundamental debe ser sanear el Estado de Derecho. Los liberales progresistas, los social-liberales, la derecha reformista, centristas, los liberales clásicos, pueden, por un motivo u otro, encuadrarse perfectamente ahí. Sería un error excluir a unos u otros, pues lo urgente y principal es cambiar nuestra degenerada democracia.
Da igual cómo se llame, si existe ya o no, pero es necesario. Creo que se han dado algunos pasos interesantes y que van en la buena dirección -al menos programática-, como la creación de UPyD (no exenta de problemas, errores, desencantos y dificultades), pero está claro que es mucha la gente cansada de la situación actual y que cree que se puede hacer algo diferente.
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