"Tenemos la misión de proclamar la independencia de Cataluña". Esas fueron las primeras palabras de Joan Laporta tras ser elegido por su formación política, Solidaridad Catalana por la Independencia, como candidato con el número uno por la lista de Barcelona. Poco después, se descolgó con la frase "tenemos todo el derecho a aspirar a la felicidad" que pasa, como no, por un Estado propio.
Ese tono mesiánico no es nuevo en el Señor Laporta, ni mucho menos en el discurso nacionalista. Así, el ex-Presidente del FC Barcelona ha llegado a decir en fechas atrás expresiones tales como “Catalunya se está muriendo y tiene derecho a un estado propio”. Para él, está claro que su Comunidad Autónoma, que no deja de ser una división administrativa, es algo así como un ser, un ente o una esencia, que padece y siente como si de un humano se tratase.
Pero Laporta va todavía más allá y considera que la independencia de tal territorio es que da "felicidad" a quienes lo integran, tal y como se ha señalado. Así se explica que haya llegado a decir "este es el sueño que tengo para mis hijos, una nación catalana libre con un Estado propio”.
Vamos, que para un neofascista como él, lo importante no es la libertad del individuo, sus derechos, un sistema judicial independiente y eficaz que se los garantice, o que sus hijos puedan encontrar un trabajo o emprender una actividad en el futuro. Todo ello, en una Comunidad Autónoma en la que multan por rotular tu negocio en la lengua que quieras, en la que los niños no pueden cursar sus estudios en su lengua materna o en la que el paro se ha incrementado más que en ninguna otra de España según los datos de Agosto (16.703 personas más en el paro en esa región, un 3,1% de incremento). Tampoco la corrupción o la mala gestión del dinero público. Eso es secundario y, además, en cualquier caso, la culpa será siempre de un Estado opresor que les expolia.
Eso es lo absurdo del nacionalismo y de los fines que persigue, pues piensan más en entes abstractos y territorios que en las personas. Éstas sólo serán felices si tal territorio lo es. Y aquí vendría al caso, a efectos aclaratorios, un párrafo del libro "la libertad a prueba" de Ralf Dahrendorf que con acierto señalaba, en referencia a lo que ocurría en Europa durante los años veinte y treinta del siglo pasado, "que el fin de la política debía ser la grandeza nacional y no el empeño en conseguir la felicidad individual diferenciaba a los fascistas de los demócratas. La grandeza de la nación podía convertirse en una verdadera embriaguez, que absorbía y desencadenaba toda clase de frustraciones". Se podría aplicar a la situación actual en Cataluña, ¿verdad?
Pero Laporta va todavía más allá y considera que la independencia de tal territorio es que da "felicidad" a quienes lo integran, tal y como se ha señalado. Así se explica que haya llegado a decir "este es el sueño que tengo para mis hijos, una nación catalana libre con un Estado propio”.
Vamos, que para un neofascista como él, lo importante no es la libertad del individuo, sus derechos, un sistema judicial independiente y eficaz que se los garantice, o que sus hijos puedan encontrar un trabajo o emprender una actividad en el futuro. Todo ello, en una Comunidad Autónoma en la que multan por rotular tu negocio en la lengua que quieras, en la que los niños no pueden cursar sus estudios en su lengua materna o en la que el paro se ha incrementado más que en ninguna otra de España según los datos de Agosto (16.703 personas más en el paro en esa región, un 3,1% de incremento). Tampoco la corrupción o la mala gestión del dinero público. Eso es secundario y, además, en cualquier caso, la culpa será siempre de un Estado opresor que les expolia.
Eso es lo absurdo del nacionalismo y de los fines que persigue, pues piensan más en entes abstractos y territorios que en las personas. Éstas sólo serán felices si tal territorio lo es. Y aquí vendría al caso, a efectos aclaratorios, un párrafo del libro "la libertad a prueba" de Ralf Dahrendorf que con acierto señalaba, en referencia a lo que ocurría en Europa durante los años veinte y treinta del siglo pasado, "que el fin de la política debía ser la grandeza nacional y no el empeño en conseguir la felicidad individual diferenciaba a los fascistas de los demócratas. La grandeza de la nación podía convertirse en una verdadera embriaguez, que absorbía y desencadenaba toda clase de frustraciones". Se podría aplicar a la situación actual en Cataluña, ¿verdad?
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