La crisis social y económica empieza a calar en los hábitos culturales
Se habla en estos días del enésimo golpe sufrido por el ciclismo y, a cuento de eso, de credibilidad e ilusiones, conjuras y mentiras, promesas y mala imagen. Palabras gruesas. Dejaré de lado la vertiente personal del caso Contador. Es demasiado fácil convertir a quien es inocente hasta prueba contraria en presunto culpable. Lo que me interesa es llamar la atención sobre la carga simbólica que rodea las gestas del deporte, los valores, emociones y sueños que se proyectan sobre ellos.
Resulta desconcertante el contraste entre la proliferación de glorias deportivas nacionales y el goteo de cierres, locales vacíos, naves cerradas, obras paradas. Alguien dirá que el consumo de mitos deportivos no es un mal consuelo para las penas de la gente. Por lo menos es inocuo. A mí me parece, en cambio, que un mal consuelo no es un consuelo. Por más que el panteón de los héroes deportivos siga pletórico, la distancia entre lo que parece y lo que es nos obliga a poner en marcha un nuevo proceso de ajuste, pero esta vez en las expectativas, una reconversión y un recorte en el uso de imaginarios del pasado. ¿Por dónde anda la España que triunfa? ¿A qué distancia está de la vida cotidiana de los españoles?
Para salir de esta crisis hay que desprenderse de varios mitos heredados del pasado. No explotan solo las burbujas. También lo hacen los símbolos, que también están expuestos a la fatiga de los materiales. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en la huelga de la pasada semana. La mayor lección que nos ha dejado, cumplido el tramite, es el desgaste de los mensajes -¡que rectifiquen!- y de los referentes -¡la clase trabajadora!-. Palabras que han perdido su fuerza, que vienen de otra época. La sociedad del espectáculo (Debord) es implacable cuando se trata de poner al descubierto la falta de profundidad de las representaciones y las banderas (Jameson). Está a la vista, para quien quiera verlo.
Es urgente, por tanto, revisar algunos de los mitos en los que se supone que seguimos creyendo. Será útil plantearse, volviendo al caso que nos ocupa, si de veras queremos seguir compensando el optimismo perdido con la inflación de eventos deportivos. Y, de paso, si queremos seguir esponsorizando, a menudo con dinero del contribuyente, el ciclismo, las regatas, las carreras, los equipos de futbol y las hasta olimpiadas. ¿Son buenos negocios? Puede que lo sean, o lo hayan sido, pero quizá haya otras inversiones que son más rentables a la larga, más útiles para restablecer el ánimo de los ciudadanos. ¿La alternativa es la austeridad? Probablemente sí, aunque incluso la austeridad, sin excesos. De momento, para plantarle cara a la crisis, mirando al otoño, sobran campeones y faltan paseos en bici.
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