POR ÁNGEL SORIA
En el principio fue el Verbo, y a partir de ahí la imagen. Rosa Díez socialista en excedencia, fue la primera en vencer su modestia y Lomba, y adornar su cabeza con una peluca algo deshilachada para acudir al ágape de Telva. La caverna hereje le criticó, según se ha podido enterar uno en los papeles, pero fue mayor la necesidad de conseguir romper el cordón sanitario mediático que los reproches por la imagen. ¡Todo por la Patria!, pensó Popotito.
Una vez roto el tabú del político de traje oscuro de viajante de bragueros y ligas que llevaba Juanjo Menéndez en “Ninette y un señor de Murcia” (1984), la progresía parlamentaria ha decidido que la silicona es para quien la trabaja. La silicona, el pelo trasplantado y el botox en bocadillo de hogaza y porrón. Si ayer fue Pepe Bono quien se trasplantó el Monte de Venus de la Barbie Super Star a su occipucio hoy es don José Blanco –antes Pepiño- quien se opera en la óptica de los yuppies para no coincidir con los albañilazos que mete Esperanza en sus hospitales. Algunos de los aspirantes, como Tomás Gómez, en lugar de darse pelo, se lo quitan. Según escuché en ¡Salvame diario!, un documental que da Tele 5 todos los días, don Tomás está depilado de pies a pescuezo.
Estaba haciendo estas reflexiones en voz baja mientras me tomaba un vermú con berberechos en Chêz Raimundo. A mi lado un hombre bajo, de traje oscuro y unas gafas que me recordaban a alguien, me observaba. Dudé y, viendo que le había reconocido, se dirigió a mí…
- Pues yo tengo para mí, que aunque la mona se vista de seda…
- Oiga. ¡Cuánto se parece usted a don Francisco de Quevedo!.
- ¡Calle!, insensato, que estoy de incógnito.
- ¿Pero es usted, don Francisco? insisto al ver su terno negro, como de tuno y la pequeña capa que cubre la cruz de Santiago sobre su pecho.
- Pues claro que soy yo. ¿Acaso cree que soy Pérez Reverte?
- No, don Francisco. Es que le creía de otra época.
- Es que soy de otra época. Por eso le digo que estoy de incógnito.
- ¿Y de donde viene?, si puede saberse.
- Pues de ver el estreno de Lope. Una película que han hecho del meapilas ese.
- Y como encuentra el país. Cuente. Cuente
- ¿Qué país? Dirá usted el Reino
- Usted perdone. Es que ahora no está muy de moda el término.
- Pues sobre poco más o menos como siempre. ¿O es que cree usted que ese disimular las pintas; ese travestimiento de los políticos y el desbarajuste de los presupuestos solo lo han padecido ustedes?
- ¿Pero no me diga que no tiene gracia que un ministro socialista se opere por el igualatorio en lugar de hacerlo en la Sanidad Pública?
- Mire usted, joven –me dice Quevedo- este Pepiño que ahora se opera no lo habrá hecho para quitarse la cara de garbanzo cocido que tiene. Tampoco lo haría Rubalcaba; para dejar de parecerse al dibujo del Anís del Mono; o doña María Teresa para que no la confundan con la hermana mayor de Clint Eastwood.
- El ministro se habrá operado, como todos estos viejos verdes, por que tendrá una churri –o un churro, que tampoco hay que señalar- que le habrá dicho: ¡Ay, Pepe, si te dieras un poco de Grecian 2000 en esas patillas estarías hecho un brazo de mar!. Si en ese mismo momento, don Pepe no la manda a freír monas a Gibraltar o, como se hacía en mis tiempos, le arrea con el hierro de atizar la estufa, que se dé por jodido. A partir de ese momento: operación para quitarse las gafas, un poquito de botox en las comisuras, una depiladita en la ceja, un calzoncillo que tenga su poquito de algodón para marcar como un gigoló… y acaba uno poniéndose tetas y expuesto en el Lago de la Casa de Campo.
- ¡Ay que antiguo es usted, don Francisco!. ¡Si le oyeran las feministas!
- ¡Coño!, no lo he de ser si nací en 1580… Feministas dice usted. Anda que no las había en mis tiempos. Pues era cojonuda la Éboli, con el parche y todo…
- No; si lo digo por que ahora todo el mundo se vigila el look. Mire a don José María Aznar.
- ¿Y no tiene churri?
- Bueno; no. Él está casado con doña Ana.
- ¿La del Tenorio?
- No. Doña Ana Botella; que es concejal del Ayuntamiento de Madrid.
- ¡Anda!, pues con ella tengo yo que hablar. A ver por qué han puesto mi nombre a una estación de metro junto a la de Iglesia.
- Deje usted las querellas, don Francisco. Que el mal humor crea arrugas y luego tiene usted que pasar por la clínica.
- Oiga usted y esa señora de la Vega que usted ha citado antes ¿no ha pensado en fundar un banco de donantes de piel?
- ¡Va, don Francisco!, no sea usted así.
De un trago se echo al coleto el chato de Valdepeñas y se marchó con un aire cojitranco entre chulo y flamenco. Yo me quedé allí, con la boca abierta, y mirando hacia atrás por si me aparecía Lope, o Calderón, o la propia tuerta.
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