Foto: Bette-Davis, Kena Lorenzini.
La observé a través del cristal que separa la oficina de mi despacho, María llegó acompañada de su marido aquella mañana. Sara y Marta, sorprendidas por tan agradable visita se levantaron y saludaron afectivamente a la pareja, siendo correspondidas, aunque en menor intensidad con la que habían sido recibidos. Salí de mi despacho e hice lo mismo. Fue entonces cuando pude ver su semblante algo demacrado; apenas ofrecía un aspecto cuidado, vestía vaqueros y jersey, pelo algo grasiento, voz temblorosa y sonrisa algo forzada; lo tuve claro: al final lo iba a hacer. Él dijo que venían a hablar con el Sr. Santos, momento en el que éste salió de su despacho invitándoles a entrar. Una vez sentados frente a la mesa del despacho, él comenzó a hablar acerca de la incorporación de María una vez terminada la excedencia de un año que esta estaba disfrutando para el cuidado de su hija -nacida año y medio atrás- y del derecho a reducir su jornada laboral en el porcentaje y horario que ellos consideraban que era el apropiado para compatibilizar su vida profesional y personal. María, mientras tanto, permanecía sentada sin decir nada y se limitaba a escuchar lo que su marido decía. Santos le interrumpió diciéndole que la relación laboral era con ella y que si no le importaba permitiera que ella se expresara, instante en el que ella elevó la mirada hacia Santos y le dijo que no hacía falta, que su marido sabía perfectamente lo que le convenía y estaba allí para defender sus derechos, añadiendo que la empresa era como su casa, que había desarrollado toda su carrera profesional en ella y no se podía ir sin nada.
El Sr. Santos tenía una pequeña empresa dedicada al comercio menor de óptica, con centros ubicados en barrios de la zona sur, ninguno de ellos en centro comercial que permitiera la apertura durante todo el día y poder establecer jornadas continuadas. Santos, dirigiéndose a María, le preguntó si había recibido la carta en la que le ofrecía la incorporación a uno de los centros en los que trabaja otra compañera con reducción de jornada por idéntico motivo, a turnos alternos, una semana de mañana y otra de tarde, compatibilizando y coordinando la dirección del centro con ella. El marido contestó afirmativamente e insistió que no entendía que después de tantos años dedicados a esta empresa, no accediera a lo solicitado por ellos. Santos le explicó que todos los centros tenían apertura de mañana y tarde, y que las mujeres representan más del 60 % de la plantilla, de las cuales, cuatro ya disfrutaban de reducción de jornada, permitiendo la conciliación de la vida laboral con la personal y facilitando al máximo la posibilidad que entre ellas se organicen la distribución del tiempo de trabajo, con una única observancia: que el servicio profesional quede cubierto en la franja horaria de apertura del centro.
Asímismo, le explicó que no podía aceptar lo solicitado, en primer lugar por la inviabilidad de la explotación comercial, al concentrarse en el turno de tarde más del 80 % del volumen de negocio. En segundo lugar: si aceptase su petición se produciría discriminación de trato con respecto a las compañeras que tienen reducción de jornada por idéntico motivo, y se vería obligado a cambiarles la jornada, así como aceptar cualquier otra solicitud que posteriormente y por igual causa le solicitasen, haciendo totalmente inviable la explotación comercial de los centros y ello como consecuencia de que nadie quería trabajar exclusivamente por la tarde. El marido de María algo molesto, le dijo a Santos que ellos tenían que defender sus derechos y cada cual que defienda los suyos, María había dedicado demasiados años a esa empresa para marcharse sin nada, así que ella se incorporaría a su jornada completa y posteriormente interpondrían demanda contra la empresa. Tras un pequeño silencio, Santos dirigiéndose nuevamente a María le dijo que ella conocía perfectamente el negocio y sabía que no podía acceder a su pretensión. Él había analizado detenidamente la situación al objeto de facilitar al máximo conciliación de vida profesional y personal, pero lo que ella solicitaba era totalmente inviable. María, con voz algo temblorosa le dijo que a ella le encantaba su trabajo, que todo su desarrollo profesional lo había realizado en esa empresa, y que siempre había trabajado muy a gusto, pero que ahora su vida había cambiado y no podía dedicar al trabajo nada más que la mañana. Su marido la interrumpió diciendo que tenía que dedicar la tarde al cuidado de su hija, que él no terminaba su jornada hasta la ocho de la tarde, por lo que era imposible que pudiese aceptar turnos alternos de mañana y tarde.
Cuando acabó, Santos le dijo que el derecho de reducción de jornada por cuidado de hijo, es un derecho que él también tiene y llegado a ese punto, ¿porqué él no intentaba solicitarlo en su empresa?, así podría compaginar cuidado y desarrollo profesional en igualdad de condiciones que María. Él apenas le dejó terminar y dijo de forma rotunda que eso no podía ser, que su trabajo era muy importante y no podía pedir semejante cosa a su empresa, que tenía una carrera profesional muy buena para interrumpirla en ese momento y además, eso era un tema en el que no tenía derecho a meterse. Él se levantó del sillón algo contrariado e informó a Santos que María se incorporaría el lunes de la semana siguiente, y que al final no le quedaría más remedio que acceder a sus peticiones por orden judicial, puesto que ningún juez iba a darle la razón a su empresa; la parte débil es el trabajado, y en el caso su mujer, parte especialmente protegida por la legislación (judicialmente, se defiende la discriminación positiva para erradicar la discriminación que sufre la mujer en el ámbito laboral). La despedida fue totalmente fría, sin que María elevase en ningún momento la mirada, salieron del despacho y de forma escueta se despidieron de Sara y Marta. Perece irreal, pero no lo es.
Este relato está sacado de un hecho que por desgracia se repite mucho más de lo que debería. Observo con cierta preocupación, como de un tiempo a esta parte mujeres jóvenes con una gran formación universitaria, dejan aparcado su desarrollo profesional, círculo social e independencia económica, para dedicar casi toda la jornada diaria al cuidado de los hijos, enarbolando la legislación de discriminación positiva al objeto de sacar el máximo beneficio a costa de las empresas, que en muchos casos se les imponen unas condiciones totalmente abusivas a petición de las mujeres, que convencidas de un derecho especial y a sabiendas del beneplácito judicial, utilizan los instrumentos jurídicos a su alcance para sacar el máximo beneficio. Por desgracia, hay todavía muchos casos de discriminación empresarial hacia la mujer en edad fértil, sólo por el hecho de ejercer su derecho a ser madres. Discriminación, que se instrumentaliza de múltiples formas, en un gran número de casos con un salario muy inferior al de sus compañeros en igualdad de condiciones en cuanto a categoría y trabajo desempeñado, despidos disciplinarios alegando causas con menoscabo de su dignidad profesional, “moobing” al objeto de provocar su baja voluntaria, cambio de puesto desarrollando trabajos de inferior categoría, traslados de centros que no impliquen movilidad geográfica en perjuicio de ellas, rotaciones y sustituciones frecuentes evitando la integración en los grupos, etc. Por todo ello considero imprescindible la existencia del sistema legal y jurídico que garantice la igualdad de trato, sancionando a las empresas que realicen acciones de discriminación de género. Pero la garantía jurisdiccional no protege de la discriminación familiar de la que muchas mujeres jóvenes son víctimas.
Por desgracia, más hombres jóvenes de los que deberían, consideran que es su mujer la que tiene que reducir su jornada de trabajo, o incluso, pedir la excedencia si su salario cubre las necesidades económicas de la familia, convencidos que su desarrollo profesional, su trabajo, es mucho más importante que el de ella (aunque la mayoría no lo diga en voz alta). Éstos saben utilizar los instrumentos sentimentales idóneos para hacer ver a su mujer y convencerla que es lo mejor para el cuidado del hijo y el bien familiar y ella, en una gran mayoría de casos, dependiente sentimental de su hijo recién nacido, (quien se convierte en el objeto de su atención y prioridad vital) deja su vida profesional y social relegada a un segundo, tercero o quien sabe que posición, conscientes de la situación en desventaja con respecto a sus parejas, solamente cuando el hijo crece e intentan reincorporarse a la vida laboral. Convencidas que su opción fue tomada de forma libre y voluntaria, reconocen que ésta no fue la más acertada.
El equilibrio consiste en la conjunción de desarrollo personal al mismo tiempo que el desempeño de obligaciones familiares, sin merma de derechos individuales, sin necesidad de renunciar al crecimiento personal individual y sin aislarse socialmente. Todo es compatible, siempre y cuando se planteen las cuestiones de forma conjunta y la pareja se implique con el mismo grado de participación, pero hoy, aún estamos lejos de conseguirlo, todavía son muchos los que consideran que su pareja no está en disposición de tomar semejante decisión y es preferible salvarla, manipulando la situación por comodidad de ellos. Ellas, dependientes sentimentales en esos momentos, en un gran número de casos son incapaces de darse cuenta de esa maniobra. “Cariño, no es necesario que te preocupes, ya lo hago yo por todos, estoy aquí y voy a luchar por nuestro bienestar”.
Objetivo de ellos es no renunciar a una vida completa, desarrollo profesional y vida social paralela (tapeo con compañeros, comidas de trabajo, tenis, paddel, golf, etc., etc. etc.) y es imprescindible legislar para evitar todos los casos que día a día se dan. Pertenezco a una generación anterior en el tiempo a la de María, soy mujer al igual que ella, fui madre adolescente, sin que ese hecho impidiese mi formación universitaria ni posterior desarrollo profesional. Hoy, mujer independiente, defensora del derecho de igualdad real y efectiva en todos los ámbitos (no sólo en el de género). Nunca he escatimado esfuerzos en defender lo que considero que es justo, con independencia de su cobertura legal (ley y justicia no siempre van de la mano) y por supuesto, no he necesitado de “marido superdotado” que velase por mi interés hasta tal punto que anulase mi voluntad, negando completamente mi capacidad como persona individual, hablando por mí e imponiendo lo que está bien o mal.
“La igualdad tal vez sea un derecho, pero no hay poder humano que alcance jamás a convertirla en hecho”. Honoré de Balzac.
El Sr. Santos tenía una pequeña empresa dedicada al comercio menor de óptica, con centros ubicados en barrios de la zona sur, ninguno de ellos en centro comercial que permitiera la apertura durante todo el día y poder establecer jornadas continuadas. Santos, dirigiéndose a María, le preguntó si había recibido la carta en la que le ofrecía la incorporación a uno de los centros en los que trabaja otra compañera con reducción de jornada por idéntico motivo, a turnos alternos, una semana de mañana y otra de tarde, compatibilizando y coordinando la dirección del centro con ella. El marido contestó afirmativamente e insistió que no entendía que después de tantos años dedicados a esta empresa, no accediera a lo solicitado por ellos. Santos le explicó que todos los centros tenían apertura de mañana y tarde, y que las mujeres representan más del 60 % de la plantilla, de las cuales, cuatro ya disfrutaban de reducción de jornada, permitiendo la conciliación de la vida laboral con la personal y facilitando al máximo la posibilidad que entre ellas se organicen la distribución del tiempo de trabajo, con una única observancia: que el servicio profesional quede cubierto en la franja horaria de apertura del centro.
Asímismo, le explicó que no podía aceptar lo solicitado, en primer lugar por la inviabilidad de la explotación comercial, al concentrarse en el turno de tarde más del 80 % del volumen de negocio. En segundo lugar: si aceptase su petición se produciría discriminación de trato con respecto a las compañeras que tienen reducción de jornada por idéntico motivo, y se vería obligado a cambiarles la jornada, así como aceptar cualquier otra solicitud que posteriormente y por igual causa le solicitasen, haciendo totalmente inviable la explotación comercial de los centros y ello como consecuencia de que nadie quería trabajar exclusivamente por la tarde. El marido de María algo molesto, le dijo a Santos que ellos tenían que defender sus derechos y cada cual que defienda los suyos, María había dedicado demasiados años a esa empresa para marcharse sin nada, así que ella se incorporaría a su jornada completa y posteriormente interpondrían demanda contra la empresa. Tras un pequeño silencio, Santos dirigiéndose nuevamente a María le dijo que ella conocía perfectamente el negocio y sabía que no podía acceder a su pretensión. Él había analizado detenidamente la situación al objeto de facilitar al máximo conciliación de vida profesional y personal, pero lo que ella solicitaba era totalmente inviable. María, con voz algo temblorosa le dijo que a ella le encantaba su trabajo, que todo su desarrollo profesional lo había realizado en esa empresa, y que siempre había trabajado muy a gusto, pero que ahora su vida había cambiado y no podía dedicar al trabajo nada más que la mañana. Su marido la interrumpió diciendo que tenía que dedicar la tarde al cuidado de su hija, que él no terminaba su jornada hasta la ocho de la tarde, por lo que era imposible que pudiese aceptar turnos alternos de mañana y tarde.
Cuando acabó, Santos le dijo que el derecho de reducción de jornada por cuidado de hijo, es un derecho que él también tiene y llegado a ese punto, ¿porqué él no intentaba solicitarlo en su empresa?, así podría compaginar cuidado y desarrollo profesional en igualdad de condiciones que María. Él apenas le dejó terminar y dijo de forma rotunda que eso no podía ser, que su trabajo era muy importante y no podía pedir semejante cosa a su empresa, que tenía una carrera profesional muy buena para interrumpirla en ese momento y además, eso era un tema en el que no tenía derecho a meterse. Él se levantó del sillón algo contrariado e informó a Santos que María se incorporaría el lunes de la semana siguiente, y que al final no le quedaría más remedio que acceder a sus peticiones por orden judicial, puesto que ningún juez iba a darle la razón a su empresa; la parte débil es el trabajado, y en el caso su mujer, parte especialmente protegida por la legislación (judicialmente, se defiende la discriminación positiva para erradicar la discriminación que sufre la mujer en el ámbito laboral). La despedida fue totalmente fría, sin que María elevase en ningún momento la mirada, salieron del despacho y de forma escueta se despidieron de Sara y Marta. Perece irreal, pero no lo es.
Este relato está sacado de un hecho que por desgracia se repite mucho más de lo que debería. Observo con cierta preocupación, como de un tiempo a esta parte mujeres jóvenes con una gran formación universitaria, dejan aparcado su desarrollo profesional, círculo social e independencia económica, para dedicar casi toda la jornada diaria al cuidado de los hijos, enarbolando la legislación de discriminación positiva al objeto de sacar el máximo beneficio a costa de las empresas, que en muchos casos se les imponen unas condiciones totalmente abusivas a petición de las mujeres, que convencidas de un derecho especial y a sabiendas del beneplácito judicial, utilizan los instrumentos jurídicos a su alcance para sacar el máximo beneficio. Por desgracia, hay todavía muchos casos de discriminación empresarial hacia la mujer en edad fértil, sólo por el hecho de ejercer su derecho a ser madres. Discriminación, que se instrumentaliza de múltiples formas, en un gran número de casos con un salario muy inferior al de sus compañeros en igualdad de condiciones en cuanto a categoría y trabajo desempeñado, despidos disciplinarios alegando causas con menoscabo de su dignidad profesional, “moobing” al objeto de provocar su baja voluntaria, cambio de puesto desarrollando trabajos de inferior categoría, traslados de centros que no impliquen movilidad geográfica en perjuicio de ellas, rotaciones y sustituciones frecuentes evitando la integración en los grupos, etc. Por todo ello considero imprescindible la existencia del sistema legal y jurídico que garantice la igualdad de trato, sancionando a las empresas que realicen acciones de discriminación de género. Pero la garantía jurisdiccional no protege de la discriminación familiar de la que muchas mujeres jóvenes son víctimas.
Por desgracia, más hombres jóvenes de los que deberían, consideran que es su mujer la que tiene que reducir su jornada de trabajo, o incluso, pedir la excedencia si su salario cubre las necesidades económicas de la familia, convencidos que su desarrollo profesional, su trabajo, es mucho más importante que el de ella (aunque la mayoría no lo diga en voz alta). Éstos saben utilizar los instrumentos sentimentales idóneos para hacer ver a su mujer y convencerla que es lo mejor para el cuidado del hijo y el bien familiar y ella, en una gran mayoría de casos, dependiente sentimental de su hijo recién nacido, (quien se convierte en el objeto de su atención y prioridad vital) deja su vida profesional y social relegada a un segundo, tercero o quien sabe que posición, conscientes de la situación en desventaja con respecto a sus parejas, solamente cuando el hijo crece e intentan reincorporarse a la vida laboral. Convencidas que su opción fue tomada de forma libre y voluntaria, reconocen que ésta no fue la más acertada.
El equilibrio consiste en la conjunción de desarrollo personal al mismo tiempo que el desempeño de obligaciones familiares, sin merma de derechos individuales, sin necesidad de renunciar al crecimiento personal individual y sin aislarse socialmente. Todo es compatible, siempre y cuando se planteen las cuestiones de forma conjunta y la pareja se implique con el mismo grado de participación, pero hoy, aún estamos lejos de conseguirlo, todavía son muchos los que consideran que su pareja no está en disposición de tomar semejante decisión y es preferible salvarla, manipulando la situación por comodidad de ellos. Ellas, dependientes sentimentales en esos momentos, en un gran número de casos son incapaces de darse cuenta de esa maniobra. “Cariño, no es necesario que te preocupes, ya lo hago yo por todos, estoy aquí y voy a luchar por nuestro bienestar”.
Objetivo de ellos es no renunciar a una vida completa, desarrollo profesional y vida social paralela (tapeo con compañeros, comidas de trabajo, tenis, paddel, golf, etc., etc. etc.) y es imprescindible legislar para evitar todos los casos que día a día se dan. Pertenezco a una generación anterior en el tiempo a la de María, soy mujer al igual que ella, fui madre adolescente, sin que ese hecho impidiese mi formación universitaria ni posterior desarrollo profesional. Hoy, mujer independiente, defensora del derecho de igualdad real y efectiva en todos los ámbitos (no sólo en el de género). Nunca he escatimado esfuerzos en defender lo que considero que es justo, con independencia de su cobertura legal (ley y justicia no siempre van de la mano) y por supuesto, no he necesitado de “marido superdotado” que velase por mi interés hasta tal punto que anulase mi voluntad, negando completamente mi capacidad como persona individual, hablando por mí e imponiendo lo que está bien o mal.
Aurora García Pérez
8 Lengüetazos:
Y vemos aquí querido Watson, un reconocido caso de ombliguismo.Espero que la gente que lo lea se animé y aunque sea anónimamente o como quiera participe en la creación de este debate pues me parece bastante interesante (el problema es que pocos son valientes para animarse con la crítica :P)
El ombliguismo es una de las bases tácitas de nuestra sociedad. Algunos (no todos) luchamos activamente por nuestros derechos, pero a la hora de llegar a nuestro hogar nos quitamos la capa de "humanismo" y nos convertimos en auténticos caníbales. Sí, he dicho canibales, porque olvidamos en un momento la humanidad ya que nuestro ombligo reclama atención.
Por un lado solicitamos que se defienda la postura de la mujer, cosa que con el paso de los años ha ido mejorando hasta el punto de ofrecer su parte mala "la discriminación positiva". En este caso se ve que tiene un arma de doble filo. Al igual que algunas "aprovechadas" denuncian casos falsos de malos tratos, otras pierden en un día el "cordón umbilical" que le unía a su empresa y compañeras porque tiene ombligo. Yo, yo y después yo. Así las leyes al final se hacen para evitar la trampa, lo que consecuentemente las hace injustas.
El caso de un señor que le quitan su casa porque no tiene trabajo ni puede pagar. Le dejan en la calle, mendigano ¿es justo? No pero sí hubiese excepciones, los listillos de turno, que tarde o temprano somos todos, acabaríamos pillando el truco para buscar la laguna en la ley. Así el sistema se va cerrando para protejerse de corrupciones y a causa de gente como María, pronto, la lucha que ha costado siglos, se verá mermada a alguna clase de injusticia para las verdaderas víctimas.
Y es que así somos: egócentricos, egoístas y ombliguistas por naturaleza.
¿Quién nos ha vendido la idea de que las empresas están compuestas por personas abnegadas y alineadas con los intereses globales de quienes les pagan?. En todas las formas posibles de agrupar a unas personas con otros, dan igual sociedades gastronómicas o juntas vecinales, hay individuos activos, neutros y reactivos. Eso debe de pasar hasta en el cielo. Lo que resulta conveniente para el Sr. Santos y para la empresa resultará idóneo para muchos e inconveniente para otros. No nos extrañe que en las empresas haya trabajadores que sólo van a cumplir unas tareas, un horario y unos días hasta completar los que justifican su nómina mensual. Los derechos y los reglamentos han de defender a unos y a otros. Y como bien dices Aurora (Ferrer) también han de servir de metas científicas para los que tratan de evitarlas o sacarles provecho indebido. La sociedad, todos, somos así.
Ante estas diferencias de intereses solo queda, por mucho que nos pesen sus errores, que un juez dictamine cuales son los acuerdos y convenios justos en la relación laboral, interpretando con su magnánimo saber, tanto para equivocarse como para acertar, las leyes difusas y las situaciones concretas, algo que difícilmente se puede compatibilizar, de ahí que nos sorprenda la lógica de la justicia.
Es curioso como es el comportamiento del lector, en mi caso de toda la historia lo que más me ha llamado la atención es el papel déspota y subyugador del marido. Es un personaje que me produce escalofríos, a simple vista da la impresión de ser un ‘marido superdotado’ como dice Aurora, pero quién realmente está detrás es una persona celosa, engreída, soberbia y mucho me temo que maltratador de baja intensidad, de esos que no pegan con la mano pero que te imponen día a día sus criterios, que te recomiendan callar porque no tienes idea de lo que hablas, que critican todo cuanto haces fuera del modelo de mujer que él espera que seas, que limita tus relaciones personales, que te dibuja sus sueños y te los impone por los tuyos. Me dan miedo esos ‘maridos superdotados’ porque anulan a la persona que tienen como pareja, la impiden expresarse, la dictan opiniones y ‘qué es’ lo que les conviene. Ufff…. me da grima.
(No sé que tenéis en este blog que me mimetiza, de no gustarme escribir largos textos he pasado a aburriros…)
Saludos
Jesús Manzano (Kaos)
No Hay Tiempo que Perder
Hay roles sociales que son difíciles de cambiar. Y, desde luego, dicho cambio no se puede llevar a cabo de la noche a la mañana a base de legislación, como creen algunos.
Esto no quita, tal y como dice el artículo, para que haya una más que necesaria legislación laboral en este ámbito. Sería totalmente injusto que situaciones diferentes fueran reguladas de manera idéntica. Y, sobretodo, es muy importante que la inspección de trabajo actúe de verdad y vaya al fondo del asunto, sin quedarse sólo en lo que dicen lo papeles (porque como dice Aurora "Ferrer" hay excepciones y trucos a pares para cumplir “formalmente” la ley sin acatarla realmente). Otra cosa es la llamada Ley de Igualdad, la cual no comparto.
Volviendo al rol de género, creo que la situación ha mejorado, pero desgraciadamente sigue existiendo y se manifiesta de diversas maneras. Yo conozco casos concretos (alguno bastante cercano). Sin ir más lejos, tengo alguna antigua compañera de clase muy competente que, tras casarse, se puso a buscar un trabajo a media jornada para así poder cuidar a los futuros hijos (vamos, que desde el primer momento asumió el papel que creía que le tocaba). Y el problema es que ese trabajo no se corresponde en absoluto con su formación y capacidad, pero prefiere renunciar a una carrera profesional con la que estaba muy ilusionada y de la que tanto nos hablaba hace unos pocos años en la Facultad. Mientras tanto, el marido es un funcionario que podría perfectamente adaptar su horario. Pero claro, él sí puede seguir aspirando a más profesionalmente y por ello tiene que reservarse las tardes para hacer horas extraordinarias y seguir estudiando para promocionar en la Administración.
La sociedad debería ir avanzando a base de educación y de que la razón se vaya imponiendo sobre prejuicios y estereotipos. La pena es que nuestro sistema académico no va por esos tiros y que la sociedad actual cultiva por sí sola esos ombliguismos y esos maltratadores de baja intensidad (dictadorzuelos domésticos) a los que los comentaristas anteriores se refieren.
Saludos
No estoy para comentarios tan elaborados... así que ahí va el mío... nada elaborado pero muy gráfico ¿recuerdan el capítulo de los Simpson de la Stacy Malibu parlante?... pues aunqeu figura grotesca no ejaba de ser el reflejo de cómo muchas fueron educadas... y no me excluiré de este grupo,durante muchos años oí, como si fuera un mantra, se lo comentaba a AF ayer "educar a un niño es educar a un hombre, educar a una mujer es educar a una familia"...
Si bien hemso sido muchas las que a pesar de todo hemso crecido con ideas propias (y que no se entienda que reniego de mi educación, que sigo alabando hasta el punto que se la daría a mis hijos si los tuviera).
No obstante, lo que cuentas no es tan raro, y yo de hecho, como lo que cuenta López conozco unos cuantos casos, no lo comparto, y seguramente no lo haría, pero, de alguna forma lo entiendo y no lo critico (AF: diría que en esto tb discrepamos no? ;-))
jajjajaj efectivamente querida starling discrepamos... pero ya sabes que entre tú y yo las únicas discrepancias son políticas :P jejej
y algunas sociales...
efectivamente no comparto que una mujer decida doblegar su personalidad al hombre y abandonarse a su buen hacer. Sinceramente e independientemente de cual sean sus estudios o formación, una mujer tiene que valorarse a sí misma y protegerse de estos "maridos superdotados".
Comparto contigo la idea de familia, me parece muy bonita y eso pero... jamás una mujer tiene que perder su independencia, pues con ello pierde su voz y su voto ¿tanto tiempo luchando para que algunas vengan ahora de vagas? No hija no :D
no te negaré razón... pero el motivo del abandono es poner por delante tu familia, o la posibilidad de tenerla, a tu satisfacción personal (llamémosle trabajo, o lo que sea...)... a esto es a lo que me refería con que lo entiendo... evidentemten ello no significa que acepte la sumisión, si bien esto último no hacía falta decirlo no?. y no comparto lo de ir de vagas... simplemente, o al menso tal y como yo entiendo la situaicion de estas personas, es poner delante la satisfacción personal a la laboral.
No seré precisamente yo la que diga que hay qeu abandonar tu propia independencia (iría contra mí misma), pero, y siempre -insisto- que ello no suponga la anulación, renunciar a ciertas cosas... Aquí diría que no lo haré... pero... no sería la primera en comerme mis palabras
(no te quejarás del debate que has montado ;-))
Aquí la Pérez... que no se calla una :P
¿alguien da más? ^^
Gracias a todos por tan ricas aportaciones. Es importante abrir debates sociales orientados a mejorar la situación. Es imprescindible implementar los instrumentos más adecuados a nivel educativo para conseguir que realmente cambien las cosas, en el que todos debemos implicarnos al objeto de modificar los roles sociales. Esta función no puede quedar circunscrita al ámbito exclusivo de los educadores. Todos, absolutamente todos, debemos comprometernos en ello, principalmente en el ámbito familiar. Si no corregirmos la forma de educar a los hijos, si no hacemos ver a nuestras parejas que la convivencia se enriquece con el enriquecimiento personal de cada uno, si las mujeres no somos capaces de cambiar realmente las cosas desde la intimidad del hogar, dejando de considerar que hemos nacido con esa función divina (aunque soy laica), que nadie va a cuidar y educar a nuestros hijos mejor que nosotras, que la baja por maternidad es un derecho nuestro y no de ellos, etc. Si no logramos la estabilidad y desarrollo personal completo, sin necesidad de renunciar a nada por el mero hecho de ser madres, esposas, amantes, etc., no habremos conseguido en estas últimas generaciones el éxito que anteriores lograron. Todos y todas somos iguales, y esta igualdad no puede ser solamente legal. Uy.....creo que me he extendido un poco, pero el tema da para mucho. Gracias nuevamente, seguimos en contacto.
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